26 julio, 2014

CAROLA SAAVEDRA (Chile-Brasil, 1973)



FLORES AZULES
20 de enero
Querido mío,
Pasé el día pensando, la carta que te escribí ayer, tu reacción. ¿La habrás leído? Inquieto, abriendo el sobre todavía en el ascensor, o la habrás tirado, antes de llegar a casa, el sobre intacto, o la habrás rasgado, los pedazos en el cesto de basura del pasillo, junto con otros papeles, anuncios, borradores, diarios, todo lo que nadie quiso, o habrás dejado apenas el sobre cerrado encima de la mesa, mudo. Pasé el día pensando. Y, si realmente la leíste, llegaste a casa, abriste el sobre y la leíste, ¿qué habrá sucedido? ¿Me habrás oído? ¿Habrás comprendido, hasta el más inesperado de mi relato, lo habrás comprendido? ¿Nos habrá aproximado? Los recuerdos, el rescate de algo nuestro, algo que vuelve a existir, o es que soy sólo yo, yo todo, el deseo, la escritura, la lectura. Es que te llamo y tú sigues, sin mirar hacia atrás, nunca. Yo me quedo pensando, allí, del otro lado, que es donde tú te encuentras, ¿habrá habido algo capaz de prenderte?
Es posible también que a ti no te haya gustado, tal vez hasta me odies ahora, todavía más. Yo recordando aquel día, el último, nuestra ida al videoclub, obligándote a recordar, preguntándote a cada instante ¿recuerdas? ¿recuerdas? Y tal vez tú no quieras. Tal vez tú prefieras solamente seguir hacia adelante, el futuro, lo que está por venir. Pensando que la separación es un fin, no un instante eterno, como quiero creer. Tú que eres siempre otro, y andas por las calles sin mirar hacia atrás, nunca. Tal vez tú me odies ahora, más todavía, y ni llegues a leer esta segunda carta, tal vez tú no leas nunca más nada mío. Pero, de todas formas, siempre tendré la esperanza de que tú vuelvas hacia atrás, quién sabe la semana entera, o hasta meses, el sobre olvidado, tirado en algún lugar, semanas, meses, años, hasta que, quién sabe, algún día, un desliz, un descuido, un movimiento impensado, y esta carta que se abre y todo el mundo dentro de ella que se abre. Diciéndote en todo momento: ¿recuerdas? Y, aunque yo esté equivocada, y tú tires a la basura una carta después de la otra, decidido, implacable, ésta y las que vendrán. Sí, porque habrá otras. ¿Cuántas? No sé todavía. Pero habrá otras, todos los días, en tu buzón, todos los días, esperándote, el sobre cerrado y todas sus lecturas y posibilidades. Entonces, aunque las tires a la basura, una carta después de otra, existirá siempre el sobre cerrado y la expectativa del sobre cerrado y su propio idioma.
Pero prefiero imaginar que las cosas no son así. Prefiero algo mucho más simple, tú como ahora, sentado en un sillón, o en una silla, o en un sofá, esta carta, una taza de café. El teléfono sonando. Tus manos y esta carta. Sólo eso. Lo mínimo necesario. Siempre me pareció que es necesario ser simple cuando hay algo importante para decir. ¿Habrá realmente algo importante para decir?, tú debes estar preguntando. ¿Una revelación, un secreto? Yo te respondo que sí, que hay cosas que tú no sabes, siempre hay cosas que no sabemos, por más transparente que el otro sea. Por más dócil, hay siempre algo inesperado, algo que tal vez te sorprenda y te haga sonreír o sufrir.
Una pequeña venganza, a fin de cuentas qué es una venganza más allá de una extraña declaración de amor, alguien que se venga y siempre alguien que dice: la separación, la separación es un gusto por la mitad y tu nombre que se repite, cada vez. Tu nombre incompleto, suspendido en mi boca, eso es la venganza, un amor que no acaba nunca.
Entonces fue lo que sucedió, una pequeña venganza, ayer. Te digo que fue ayer, pero podría haber sido antes, cualquier otro día después de tu ausencia, entonces te digo, porque soy yo quien está contando: ayer fui al videoclub. Te digo esto casi en secreto, temerosa, quizás, la primera vez desde aquel día. Fui al videoclub, la misma puerta, las mismas películas, el mismo hombre atrás del mostrador, pero algo había cambiado, algo en mí, y tomé justamente aquella película, la de la última vez, ¿recuerdas? Aquella que yo sugerí, ¿por qué habrá sido? ¿Estaría queriendo decir algo? Pero tú no querías ver, tú me tomaste del brazo con fuerza, la presión de tus dedos todavía mucho tiempo después, todavía ahora nosotros dos en el medio de la calle, y la presión, momentos después. El personaje que se parece o no a ti y hasta el mismo actor, ¿será así? Pero ahora da lo mismo, tomé la película, ¿despiadada? Puede ser. Y fue como si yo te traicionara, extraño, ¿no?, como si te engañara, como si me vengara, o, peor, como si me vengara y sonriera. Caminando feliz en medio de la calle, como si me vengara y sonriera. ¿Viste cómo todo ha cambiado? Yo me sentía alegre, una agitación, un entusiasmo, yo casi corriendo, radiante, en medio de la calle, la sensación de haber robado algo valioso, la sensación de haber robado, y ahora, escapando sin que nadie se diera cuenta, ilesa, y me preguntaba, ¿cómo podía hacer eso contigo?, y yo sonreía, radiante, sin que hubiera razón.
Y entonces, ahora, podría decir que, al llegar a casa, puse la película en el aparato, apreté play, y surgió todo un desdoblamiento de escenas y ese actor y ese personaje y todo aquello que tú negabas y que podría haber sido tú. Y decirte que pasé todo ese tiempo feliz, enfrente al aparato de tv, todo aquello que yo no entendía pero que, yo estaba segura, te haría sonreír y sufrir. Yo podría haber hecho todo eso, pero no. Yo podría hasta mentir, pero no. Por algún motivo, sólo la película, aquel pequeño disco y la sospecha de algún peligro, un miedo indefinido. Yo podría haberlo hecho todo. Pero no. Por algún motivo. Volví a poner el pequeño disco en la caja, la cerré, y ella quedó allí, encima de la mesa, por mucho tiempo, yo enfrente al ruido de la televisión, la televisión vacía de imágenes. Mi pequeña venganza, infantil y boba. Yo podría hasta mentir. Es que la venganza nunca es suficiente, como el amor, ¿qué diferencia hay?, y, cuando se comienza, se necesita otra cosa, para que haya siempre un retorno, tu nombre, cada vez.
Siempre se necesita otra cosa, y aquello, aquella tontería de ir al videoclub y alquilar la película, fue solamente el comienzo de las cosas que no hice, y que podría haber hecho para lastimarte, para herirte. Yo podría confirmar tantas cosas, algún recelo tuyo, ¿no? Contarte, por ejemplo, cada detalle, cada minucia, desde la ropa que estaba usando, aquel vestido rojo, ¿recuerdas? A ti siempre te gustó verme de rojo, que me quedaba tan bien, aquel que dejaba la espalda desnuda, y los cabellos negros sueltos que tú solías comparar con una cortina oscura, como la noche, ¿como qué? Contarte los detalles, el vestido rojo, los cabellos sueltos, como tú preferías que los llevara, ¿no era así? Y podría, por ejemplo, decirte que me lo lavé detenidamente, las mejores esencias, los mejores aceites, largas horas frente al espejo, me maquillé con cuidado, el cuerpo todavía húmedo, me perfumé por entera, como para un encuentro, como para un amante, el cuerpo suave y exacto. Después me calcé las sandalias de tiras, de taco altísimo, esas que después de algunas horas dan dolores terribles en los pies y en las piernas y que yo usaba solo para agradarte, ¿recuerdas? Yo que haría cualquier cosa para agradarte, las sandalias que a ti te gustaban tanto porque sabías la molestia que me daban, las tiras apretando los dedos y el taco sobre el que apenas mantenía el equilibrio. Entonces te digo todo eso, el cuerpo perfumado, el vestido, el maquillaje, las sandalias, yo intentando mantener el equilibrio por la casa, el sonido de mis pasos en el suelo, como cuando llegabas y yo te iba a recibir, el silencio y el sonido de mis pasos y de mi respiración ansiosa hasta llegar a la puerta y abrir la puerta y verte, sonriendo, como si todo aquello fuese obvio, que yo me preparara, que estuviera allí. Pero esta vez yo no estaba caminando en dirección a la puerta ni tú estabas esperándome y creyéndolo todo obvio, sólo yo y el vestido rojo carmín y la película sobre la mesa del living, la película que no vi pero que le bastaba existir para significar algo. Una pequeña venganza, una confidencia, porque el otro, por más dócil, por más transparente, trae en sí siempre algo inesperado, que tal vez te haga sonreír o sufrir.
Yo podría contarte toda aquella preparación, el vestido, el perfume, la película que no vi y todo lo que pasó después. Sí, porque no fue solamente la película. No fue sólo la película, la pequeña venganza, infantil y boba, sino todo lo que vino después, ese momento que no debería existir. Entonces te digo que al contrario de lo que tú te imaginas, yo no salí después, ¿no es eso lo que tú te imaginas? No, no salí ni caminé por los bares, por las calles, por los lugares más oscuros de la ciudad. No, no me ofrecí lista y perfumada, una sonrisa nueva, una invitación, no, yo no me junté a otros cuerpos, no sentí otros perfumes, no besé otras bocas, ni acerqué mi rostro a otro rostro, a la aspereza de otro rostro. Fue así. No bajé corriendo las escaleras, ni bailé, ni canté, ni grité que nada de esto me importaba, que nada más me importaba, no le sonreí a otros labios, ni me aproximé, ni deseé, ni dejé que me desearan, obediente, feliz, no, yo no pasé mis dedos por otra piel, la yema de mis dedos, ni la suavidad de mi piel en otra piel, nada de eso hice. No bailé durante toda la noche, el día amaneciendo en otras bocas, no, yo no desperté en otras camas, ni en mi cama, las sábanas envolviendo otros cuerpos, las sábanas abiertas, no, yo no te condené, ni te di la espalda y sonreí, entre otras vidas, otras respiraciones, no, yo no sentí el peso de otro cuerpo, de otra mano, ni el aliento de otro ritmo en mi nuca, no, yo no lloré ni sufrí en otros brazos, no abrí el cuerpo a otros ojos, otras revelaciones, ni me desnudé ansiosa, en medio del living, o frente a otra cama, no, yo no me quité el vestido rojo, ni ninguna pieza que a ti te gustara tanto, sólo para ti, para otro, no me solté el cabello, como tú preferías, para otro, ni sentí la caricia de otras palabras en mi oído, no, yo no hice nada de eso. No bajé corriendo las escaleras, ni cualquier otro lugar oscuro de la ciudad, no le sonreí al primer extraño, no me ofrecí con los ojos iluminados ni caminé lánguida hacia otra dirección, no, yo no permití otras manos sobre mi piel, que tú decías suave, otras manos y otra voz hablando de la suavidad de mis cabellos, no otra voz envolviendo la mía, otra caricia, no, yo no hice nada de eso, todas las pequeñas venganzas que podría haber hecho, y escribirte ahora, y hacerte sonreír o sufrir. Pero no. Yo no hice nada de eso. Yo sólo cerré los ojos y me quedé allí.
Entonces, ¿por qué todo esto?, podrías pensar. Esta exposición de lo que no hice, este inventario de venganzas abortadas. ¿Una forma muy sutil de castigo? ¿Una declaración de amor? No lo sé, tal vez simplemente franqueza, para que tú sonrías o sufras, o quizás una forma de de quererte, de alcanzarte, para establecer entre nosotros un lazo, un lazo imposible, que sólo yo establezco porque estoy aquí, porque existe una distancia entre lo que escribo y lo que lees, porque hace días que no me baño, no me peino, no salgo de casa.
A.

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