29 noviembre, 2013

Paula Fábrio (São Paulo-Brasil, 1970)


Amor – episodio Fotografía sepia
Las parejas en la plaza paseaban tomadas del brazo. Sonrisas, poses, fotografías. Y también estaba el jardín. Y el rojo, el amarillo y hasta el azul raro de las flores raras. Y el verde oscuro de las hojas, la intensidad de las horas. La tarde parecía perfecta, como en un álbum de casamiento.
Lástima que los colores no alcancen a percibirse en esta fotografía sepia. Pero podemos observar que el rostro de la señorita registra el exacto instante en que sus sueños de felicidad conyugal comienzan a disiparse. En brazos de la pareja, un bebé que todavía no sabe de nada, no sabe al menos que en pocas horas su padre –que en el momento de la foto exhibe una sonrisa sincera en la cara rechoncha– estará recostado sumergido en el alcohol y ya habrá iniciado el ritual que marcará toda aquella fase de esperar el día anochecer cantando con la voz cada vez más pastosa de cachaza. El bebé tampoco sabe que, justo después de esa foto, su madre planearía una fuga a minas, solo las dos, para acomodarse en una casa de familia.
La dulce mirada de Miguel a mariana en esa fotografía volvería a reencontrarla treinta y cinco años después. ¿Y quien osaría imaginar? La alegría sería tan breve como el instante que registró a la joven pareja con los pies en el césped nuevo y el monumento a la independencia en el fondo, en una puesta de sol que insiste en reducir la distancia impuesta por el sepia.
Sin embargo, otros incidentes preceden a este episodio.
¿Una vez más lanzaremos un anzuelo al mar del pasado? El océano tranquilo parece revolverse ante la zambullida en busca del tesoro. De repente danzamos en sus olas. Pero el mar bravío puede estancarse en cualquier momento.
Bien o mal, son cuarenta años. Eso no es poca monta. Viví cuarenta años para conservar todavía la fotografía sepia en el álbum de la familia. Para relacionarme con el tiempo. Para ver a mariana entrar y salir nuevamente de la vida de Miguel. Tan brutal como la primera vez. Bien o mal, son cuarenta años. Y cuando se tiene esa edad, existe el privilegio de buscar cualquier memoria, no solo la propia o la de la familia, sino aquella que debería ser de muchos, sino de todos.

No hay comentarios.:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...