01 agosto, 2013

Conceição Evaristo (Belo Horizonte, 1946)

"Conceição Evaristo nació en 1966 en una favela de Belo Horizonte. Hija de una lavandera que , así como Carolina María de Jesús, llevaba un diario donde anotaba las dificultades del sufrimiento cotidiano. Conceição creció rodeada de palabras. Como le gusta enfatizar en sus entrevistas, eso no quiere decir que viviese cercada de libros, sino que bebía en la fuente de la memoria familiar a través de las historias que los más viejos le contaban. Expuesta desde pequeña a las crueldades del racismo, se tornó una escritora negra de proyección internacional, además de una militante que actúa dentro y fuera de los marcos de la academia. 
Publicó su primer poema en 1990, en el décimo tercer volumen de Cadernos Negros, editado por el grupo Quilombhoje, de San Pablo. Desde entonces ha publicado diversos poemas y cuentos en los Cadernos, además de una antología de poemas y dos novelas" (cuenta Bárbaro Araújo)

Compartimos un fragmento en español de su novela PONCIÁ VICÊNCIO (Mazza edições, Belo Horizonte, 2003):


"El primer hombre que Ponciá Vicêncio había conocido fue el abuelo. Guardaba más la imagen de él que la del propio padre. Abuelo Vicêncio era muy viejo. Caminaba encorvadito con el rostro casi en el suelo. Era menudito como una rama. Ella era niña, de pecho todavía, cuando él murió, pero se acordaba nítidamente de un detalle: en Abuelo Vicêncio faltaba una mano, y vivía escondiendo atrás el brazo mutilado. Él lloraba y reía mucho. Lloraba vuelto una criatura. También hablaba solo. El poco tiempo que ella convivió con el abuelo bastó para que guardase sus marcas. Retuvo en la memoria los llantos mezclados con las risas, el bracito mocho y las palabras ininteligibles de Abuelo Vicêncio. Un día él tuvo una crisis de risas y llantos tan profunda, tan feliz, tan amarga y de esa forma se adentró para el otro mundo.  Ella, niña de pecho, vio y sintió el perfume de las velas encendidas durante toda la noche. Vio el brazo entero del viejo sobre el pecho. Vio su bracito mocho. Sintió el olor a bizcocho frito, a café fresco dado para las mujeres y los niños que estaban velando al difunto. Sintió también el olor a aguardiente que emanaba de la botellita y de la boca de los hombres sentados allá afuera con el sombrero en el regazo. Ponciá Vicêncio, aunque niña de brazos todavía, nunca olvidó el último llorar y reír del abuelo. Nunca olvidó que, en aquella noche, ella, que poco veía al padre, pues él trabajaba allá en la tierra de los blancos, escuchó cuando este decía para la madre que Abuelo Vicêncio dejaba una herencia para la niña.

El día en que Ponciá Vicêncio bajó de los brazos de su madre y comenzó a caminar, causó una gran sorpresa. Hasta entonces se negaba a sentarse, a gatear, nunca lo había hecho. Un día, su madre la tenía en brazos, de pie junto al fogón de leña, viendo la danza del fuego sobre la olla hirviendo, cuando la pequeña comenzó a deslizarse. Vino forzando la bajada del regazo de su madre y poniéndose de pie comenzó las andanzas. La sorpresa mayor no fue por el hecho de que la niña haya caminado repentinamente, sino por el modo. Andaba con uno de los brazos escondido en la espalda y tenía la manito cerrada como si estuviese mutilada. Hacía casi un año que Abuelo Vicêncio había muerto. Todos se preguntaban por qué caminaba así. ¡Cuando el abuelo murió la niña era tan pequeña! ¿Cómo ahora lo imitaba? Se asustaban. La madre y la madrina se persignaban cuando miraban para Ponciá Vicêncio. Sólo el padre aceptaba. Sólo él no se espantó al ver el brazo casi mutilado de la niña. Sólo él tomó como natural el parecido de ella con su padre".


*Traducción de Grupo Conestabocaenestemundo



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