25 enero, 2013

Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970)


    Sangre en el ojo (fragmento) 
Las horas



     Esto lo vieron otros ojos. Que desde el primer minuto Lekz enganchó mi párpado hacia atrás para mantenerlo abierto. Que se asomó por mi pupila distendida. Que abrió tres agujeros en triángulo, uno arriba, uno a cada lado. Que en cada boquete introdujo un aparato diferente: un alambre coronado por una lupa potentísima, una pinza multifuncional que cortaba venas y cauterizaba heridas, un cable de luz para iluminar la retina. Tres filamentos de metal actuando en conjunto, para podar y quemar y parchar durante muchas más horas que las tres o cuatro prometidas. Y esto lo vieron ojos no tan ajenos. Que mientras yo me ausentaba de mí misma Ignacio y mi madre arrancaban de la sala de espera. Que salían a dar una vuelta por la ciudad y que ya hartos de perder el tiempo entraban al boliche de la esquina, que compartían una pizza y una Coca-Cola tibia, que fumaban acelerados, de la misma cajetilla. La intervención debe de estar por terminar, se decían mutuamente para darse ánimos, caminando apurados y veloces de vuelta. Se sentaron en un pasillo del hospital y forzados a mantener una conversación pulieron uno a uno sus peores recuerdos familiares. (...) Pero en el tiempo que siguió incluso la familia se les fue agotando. No hacían más que mirar la hora: en el reloj muerto del pasillo, mi madre; en su incómodo reloj de pulsera, mi Ignacio. Se alternaban para salir a la calle a darle pitadas a los últimos cigarrillos lanzando el humo contra los pegajosos ventanales. Y el que se quedaba adentro vigilaba el desfile de operados que iban saliendo de los pabellones escoltados por filipinos. Pero cada vez salían menos operados y los médicos debían estarse escabullendo por otras puertas. Se fueron multiplicando los aseadores armados de escobillones y traperos. Y ahí seguían ellos, mi madre, mi Ignacio, viendo pasar la segunda y la tercera y la cuarta hora ya sin saber cuántas habían transcurrido. Seguían sentados y de pie, dando vueltas por el salón, crispados, compungidos, tomando intomables cafés de máquina. Nadie se asomó a darles explicaciones porque no habría nada que decir hasta que se acabara la operación que seguía su curso sin detenerse. Lekz no se hacía el tiempo para mandar informes al exterior. No habría podido hacerlo aunque hubiera tenido tiempo. No lo hacía porque no veía nada con su ojo pegado al mío, lleno de sangre. No se atrevía a levantar la mirada. No habría osado parpadear, desatender el puntual movimiento de esos aparatos que iluminaban, aumentaban, cortaban venas y las quemaban poseídos de una voracidad despiadada. Había que controlar la energía de las manos, temerle a esos pies suyos, agarrotados de tanto pulsar los pedales apostados en el suelo. Porque manos, pedales y pies, dijo Lekz al salir finalmente del quirófano y encontrarse con Ignacio y mi madre, que corrieron hacia él en cuanto lo vieron; pedales y pinzas, dijo, pálido de hambre, verde de cansancio, esos instrumentos, dijo, no son extensiones de mis dedos. Tienen vida propia y estarían dispuestos, ante cualquier despiste, a arrancar la vista de raíz. Ignacio miró a mi madre que no pestañeaba mirando a Lekz que se aclaraba la garganta para agregar que cuando por fin pudo extraer la viscosa gelatina de sangre que era el vítreo encharcado, cuando pudo por fin examinar cómo había quedado el ojo derecho, sintió un escalofrío. Pero se dijo, les dijo, inmediatamente, que debía aprovechar la adrenalina y se lanzó de cabeza al ojo izquierdo; trepanó, cortó, se salpicó, cauterizó y aspiró meticulosamente el fondo del ojo hasta que empezaron a temblarle los brazos. Se lavó desde las uñas hasta los codos, se enjuagó la cara sintiendo que las aletas de la nariz le vibraban, se secó la nuca, pero Lekz no se atrevía a emitir un veredicto. Menos pensarlo. Era peor de lo que temíamos, confesó, demacrado, y usaba el plural porque su arsenalera o asistente o esposa estaba detrás, todavía uniformada, exhibiendo las mismas monumentales ojeras. No tengo idea, ni la más remota idea, repitió. A mi madre. A mi Ignacio, que también lucía agotado por el trabajo de la espera. No había nada que decir sobre el futuro. Lekz procedió a repasar cuanto había ocurrido ahí, adentro, a lo largo de varios meses. Mi madre escuchaba completamente hipnotizada. Ignacio quedó completamente enfermo. Se le ablandaron las rodillas, tambaleó hacia un rincón, y sin que nadie se percatara de su ausencia afirmó las manos resbalosas contra las paredes, oyendo, como a lo lejos, un murmullo escapando por la escotilla de ultratumba de la ciencia: habría que esperar otras doce o dieciocho horas para saber si Lekz me había dejado definitivamente ciega. ¿Es decir?, quiso precisar, también lejana como un silbido mi madre. ¿Qué quiere decir? Quiere decir que si ve luz mañana hay posibilidades, intervino la esposa arsenalera. Si no ve nada, intervino a su vez el médico, rascándose la nuca, estirando los omóplatos como un pájaro destartalado; si no ve nada no lo sé, señora, tendríamos que ir viendo. Verás tú, me dijo Ignacio que pensó, ya derrotado sobre el suelo. Ya verás tú, repitió para sí antes de dedicarle a Lekz un la madre que te parió a ti y a todos los médicos. Metió la cabeza mareada entre las piernas y ahí la dejó. Se lo había aconsejado su madre cuando era niño, su madre, que no era doctora ni enfermera ni conocía otro trabajo que el de la casa, su madre que fue siempre analfabeta y estaba ya muy muerta. Bajarla. Para no desmayarse. Que se quitara los lentes. Que respirara muy hondo y aguantara el aire. Así, con las palmas todavía apoyadas contra las baldosas Ignacio sintió que Lekz arrastraba los pies alejándose por el pasillo y sintió retumbar también los tacones de mi madre, al acercarse.


¿qué ojo?



Inicio de un protocolo: quítate la ropa, ponte esta bata de franela floreada, ajústate estos pantalones demasiado anchos. Falta la gorra de plástico. Estás preciosa, exclama mi madre. Me ajusto la gorra mientras añade, estás igual que cuando eras una niñita. Mamá, le digo, arreglándome el pelo bajo un elástico descosido, ¿me quieres decir cuándo fui yo una niña? No recuerdo haber tenido ni un solo momento de infancia. Ni un instante de calma. Ni un segundo en el que no pensara cuándo me iba a tocar la varita de la desgracia. Mi madre no responde, hace un mohín, con toda seguridad se muerde el labio. Yo continúo intentando que mi pelo no se venga abajo, pensando por qué será que cuando hago una pregunta nadie me contesta, diciéndome que yo tampoco debiera contestar ahora que empieza el interrogatorio. Voces filipinas con acentos afilados. Una me pregunta quién soy, cómo me llamo. Digo mi nombre completo, lo deletreo. Mi madre confirma que es mi nombre de bautizo. Ignacio verifica que esté escrito como corresponde. Alguien más me toma del brazo y me amarra una pulsera plástica que lleva mi alias de prisionera. Me levanto, me siento. Hace frío, digo, pero ya nadie me responde. Otra voz interviene. ¿Cuál es tu nombre?, dice. Escucho que teclea mientras contesto temiendo equivocarme. Y entonces ¿alguna enfermedad congénita?, ¿qué medicinas estás tomando?, ¿hace cuántas horas que no comes?, no lo sabía ni quería saberlo, ¿fuiste al baño esta mañana?, eso espero, ¿de qué te van a operar?, ¿qué ojo primero? Las voces van cambiando pero son siempre las mismas preguntas: ¿con qué ojo va a empezar el médico?, con el ojo de la mente, ¿te lo han operado alguna vez antes?, sí, ¿llevas placa?, tal vez, ¿y cómo te llamas?, deletrea tu nombre, ¿firmaste los documentos, todos?, ¿qué documentos?, la autorización para grabar la operación, ¿grabarla?, sí, hay que tenerla, por tu seguridad, por si acaso, para resguardarte, ¿alergia a alguna medicina?, ¿alguna intervención quirúrgica previa?, ¿cuál es tu apellido?, ¿qué ojo van a operarte?, ¿éste?, oeste, ¿algún diente falso?, quizá, ¿lentes de contacto?, ¿tu apellido, tu primer nombre?, ¿firmaste?, ¿soltera o casada?, ¿cuál será el primer ojo?, dígale a Lekz que quiero una copia, una, del video, le digo a la voz de turno, me contesta, ¿tienes sida?, ¿has tenido enfermedades venéreas?, ¿cuántos amantes?, ¿mujeres o sólo hombres?, dígale al médico que lo autorizo pero que quiero copia, ¿pareja estable?, que yo quiero copia de la grabación, sí, me dicen, ahora le preguntamos, ¿viven tus padres?, ¿estás embarazada?, ¿cuántas unidades de insulina al día?, el doctor manda a decir que para qué quieres copia de la película, para qué podría quererla, digo, para verla cuando pueda ver, con mis propios ojos o con los de Ignacio, ¿y llevas algún anillo?, ¿por qué estás aquí?, para supervisar la maniobra, ¿estatura?, ¿alergia a la penicilina o a alguna sulfa?, ¿a algún analgésico?, ¿de qué te vas a operar?, ¿alergias?, ¿el permiso para grabar la operación, lo firmaste?, ¿pero me darán la copia de esa cinta hermosa y repulsiva, llena de sangre?, ¿alguna prótesis metálica?, todas, soy la mujer biónica, la del ojo de titanio, y me río sola, a gritos, preguntando de vuelta, al aire, quién era el del costoso ojo telescópico e infrarrojo, ¿el hombre de los seis millones de dólares?, ¿él te acompaña?, ¿quién?, ¿qué ojo?, ¿cuál?, ¿estás segura?, ¿y qué seguro médico, qué plan?, ¿cuántos hijos tienes?, ¿algún aborto inducido o ilegal?, ¿cuántos?, ¿qué ojo?, ¿y el segundo?, ¿firmaste los papeles?, ¿el derecho o el izquierdo?, ¿el permiso para filmar la operación?, ¿cómo te llamas?, ¿quién es tu médico?, deletrea, ¿qué ojo va a intervenir?, ¿uno solo o los dos?, ¿número de seguridad social?, ¿qué apellido?, ¿el mío o el de mi médico?, ¿alguna enfermedad crónica?, ¿qué medicamentos?, ¿unidades?, ¿gramos?, ¿cuánto pesas?, ¿quién te acompaña?, ¿qué edad tienes?, ¿la autorización para que te operen?, ¿el documento que libera de responsabilidad al hospital por perjuicios?, ¿eres diestra o eres zurda?, ¿con qué mano firmas tu nombre? ¿cuál es tu verdadero nombre?, ¿algún seudónimo?, ¿a qué te dedicas?, ¿qué es la ficción?, ¿y eso qué es, perjuicios?, ¿verdadero o falso?, ¿qué ojo primero?, ¿te duele?, ¿por qué insistes en señalarlo?, ¿es éste?, ¿éste?, ¿o éste?, ¿y tú, quién eres?, ¿de quién es esta gorra?, ¿y este ojo, de quién es?
    

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