30 diciembre, 2012

Luisa Valenzuela(Argentina, 1938)

 

Fin de Milenio(fragmento)

Él

Él tiene una cantidad de posibilidades a su alcance. Puede reventar su dinero en un festejo de una noche en París o New York, puede irse a Fiji donde por primera vez en todo el mundo empieza el tercer milenio, puede. No encontrará ni un rincón en un hotel pero qué le importa, hotel no necesita. Ha estado explorando en Internet, explorando y explorando, conoce todos los precios posibilidades y secretos. La guita que se puede reventar sin hacerle mella a su familia, la guita que ni ellos mismos saben que existe asciende a más de diecisiete mil dólares y eso debería de alcanzarle ampliamente.
Tiene desplegados ante sí sus propios retratos, lo que no tiene ni remotamente cerca es un espejo. Hasta se afeita de memoria. Poco a poco desde que vive solo ha ido eliminando todas las superficies reflectoras en su departamento. Las fotos sobre el escritorio lo muestran de treinta años, pintón... Ahora tiene algo más del doble, mucho menos pelo, blanco por cierto-- a los pelos los ve en el peine, trata de peinarse lo menos posible, escribe, escribe, pero lo que escribe es su autobiografía distorsionada, más o menos apócrifa, de cuando tenía los benditos treinta años. En dicha edad ha decidido quedarse congelado, coagulado, fijo. Tres años atrás se plantó en sus treinta, y es ésa la personalidad que asume para las circunstanciales parejas on line. Ellas son hermosas a menos de que estén mintiendo tanto o más que él, algunas hasta son interesantes. Es con quienes se demora más tiempo, meses en ciertos casos, cada noche encontrándolas en la pantalla de su computadora, hasta que al propio relato de sí mismo le debería de ir apareciendo alguna cana, alguna arruga; para mantener su imagen su imagen debería cierto día cumplir un año más. La resulta intolerable. Entonces corta la comunicación de cuajo, se deshace de esa cita ciega y empieza una nueva, penosamente a veces, buscando quién como la otra logre arrancarlo por un tiempo de la angustia.
Así desde que le pusieron el triple by-pass y la cosa se complicó y ni vale la pena pensar en eso. Así desde que no pudo responderles más a aquellas a quienes solía arrimarse blandiendo toda su verdad, porque su verdad se le hizo de goma, su verdad no supo atender más los desesperados reclamos de su sangre. Y entonces. Entonces se hizo instalar el modem y a otra cosa mariposa.
Hoy ya no es lo mismo. El hoy ya está a un paso de dar vuelta la página del siglo, del milenio, y la realidad virtual está a punto -- también ella -- de traicionarlo. El primero de enero cero horas un segundo enloquecerán las computadoras, se estremecerán las pantallas, se apagará el mundo. Y2K, guai tu kei lo llaman los entendidos en muy norteamericana sigla de implicaciónes apocalípticas. Ante tamaño Armágedon él tendrá derecho de volver a ser el macho de siempre, el de sus treinta años cabellera al viento ojos luminosamente verdes y no glaucos. Aunque sea por una vez, una solita. La decisión le vino de golpe, ahora quiere planearlo todo bien y se va tomando el tiempo.
Le manda un e-mail a cada uno de sus hijos en México deseándoles más felicidades de las que se merecen, turros los dos que se fueron a instalar a 2.600 metros de altura sabiendo muy bien que él allí no podría alcanzarlos. Turra sobre todo la hija que lo alejó así de sus dos nietitos. No importa. Tampoco importa su ex mujer que nunca lo entendió ni entendió su necesidad de expansión, su vitalismo cuando él escapaba por ahí con alguna turrita o enfermera, la misma cosa, para darle libre curso a toda la maravilla que bullía en él y ya no bulle. Su ex mujer hace ya tres años que estará riendo sin parar. Bonita venganza para ella, justicia poética habrá pensado la muy turra cuando la operación tuvo en él efectos imprevisibles. Él hoy no quiere ni oírle la voz ni siquiera comunicarse con ella por correo electrónico. Que reviente. Ella de nuevo se pondrá pesada y le rogará que reabra el consultorio, le dirá una vez más que los pacientes le tenían gran confianza y lo reclaman. Ya deben de haber muerto todos por suerte, le contestó a su mujer pero ella no se dejó amilanar; no te creas insustituible eras simplemente un muy buen clínico, le contestó sin mosquear y él pensó que nadie puede ser buen médico si no logra curarse a sí mismo, y bueno o malo qué importa si lo único que importa es lo que en él ya no responde, y para qué seguir pensando.
Sólo que ahora sí, pensar es la única actitud de vida. Pensar y planear y desempolvar el viejo recetario y consultar el archivo de las candidatas del chat-room. Las de antes y las de ahora, ¿cuál estará mejor? ¿cuál de ellas estará diciendo la verdad? No tiene tiempo para andar desperdiciando en investigaciones EVR. En la Vida Real, le causa gracia la sigla, como si la otra vida donde él luce eternos treinta años con ojos llenos de chispas y un potencial inagotable no fuera también real, a su manera, y yo te cojo así y así y te hago esto y lo otro como les escribe a algunas minitas (las turras según él quienes desde una computadora distante lo estimulan y lo azuzan), y acabo en larguísimas eyecciones de lava ardiente y blanca y te chorreo toda y esas cosas, mientras ellas quizá se relaman de gusto sin saber el mal que le están haciendo, las muy turras.
Son todas iguales, reventar a alguna de éstas no sería mala idea, se dice.
Pero él ya no tiene los treinta años que le juró tener a la minita, a cualquiera de ellas. Ni en un rincón el corazón los tiene, porque ése mismo rincón reventó cierta mañana en su propio consultorio, y de ahí al quirófano un solo paso y ahora esto. Lo estuvo reconstruyendo, al rincón treintañero de su corazón maltrecho, durante cientos de miles de palabras pero se le han agotado las palabras, se está acabando el tiempo. Cuando suenen las doce de la noche del último día de este mismo mes de diciembre ya nada será lo mismo, el siglo que lo vio descollar en descomunales revolcones se habrá ido, se eclipsarán las pantallas, se eclipsarán sus fotos de los treinta años, el buen mozo que hizo revivir en monitores ajenos perderá la poca consistencia que alguna vez supo tener, ni la memoria perdurará de ciertas verborrágicas orgías que lo alimentaron durante le tiempo de comunicación virtual. Agotado estará el alimento, vencido como quien dice.
Ellas serán todas iguales unas turras de décima pero él es un tipo ético y no le puede hacer una cosa así a ninguna minita de ésas que cándidamente (turramente) andan flotando por el ciberespacio como quien se revuelca en una cama deshecha. No, no le pude hacer eso aun sin pensar en el quilombo que se armaría. Lo fácil que sería desemascararlo a través de la dirección de su casilla punto com y después su familia metida en todo, los chicos viniéndose de México a verlo cuando ya es demasiado tarde, su ex ni hablar, las idiotas de sus primas que nunca se mosquearon por él haciendo declaraciones a la prensa. Nada de eso. No quiere nada de eso. Y Juanjo, haciendo lo imposible, seguro, por consolarla a su ex, Juanjo el muy metido, el mismo que le dijo muy al principio Vos las odiás a todas porque no se te para más. Lo bien que hizo en mandarlo al carajo a ése su ex mejor amigo de una vez para siempre. Él no las odia a todas porque, no, él las quiere, por eso mismo las odia.
No es momento de ponerse sentimental. Es momento de acción. Desempolvar los viejos recetarios, desempolvar los trajes aunque con este calor ni pensar en trajes. Afeitarse de memoria, el cuello no más, un poco las mejillas; quizá le quede bien la barba después de todo, no sabe, no quiere verse. No puede. Ha suprimido los espejos en su casa. Cuando salga, cuando retome el paso, cuando vaya más allá del supermercado de la vuelta tan completo con Banelco y todo, una vez que le haya puesto la funda negra a la computadora, al monitor, y la funda al teclado y la funda a la impresora, como un luto.



Ella

Enfermera, inteligente, puta. No sabe cómo se concilian estas tres instancias, sabe que la definen. Se lo repite a su imagen del espejo:
- Sos enfermera, inteligente, puta.
Enfermera y puta son dos datos concreto, pero lo de inteligente es apenas una apreciación personal y además los hechos no parecerían darle la razón. ¿Qué hay de inteligente en haberse venido a Comodoro Rivadavia, esta malhadada ciudad hecha de vientos, para cambiar de vida? Bueno, lo inteligente es precisamente eso, que logró su objetivo: cambió de vida. No que alguien lo estuviera persiguiendo, ni que hubiese motivo alguno para que la persiguieran. En su trabajo siempre fue irreprochable, despiadada, eficaz. Como le enseñaron. Nada de enternecerse, nada de perder el tiempo con algún caso más patético que otros. A todos lo mismo por igual, es decir lo estrictamente necesario, lo que dicta la orden médica.
El que se volvió totalmente ineficaz para ella fue su trabajo. En el hospital la declararon prescindible tras treinta años de irreprochable foja de servicio. Después de convertirse en la mano derecha del cirujano mayor --él solía repetírselo-- el cirujano se volvió zurdo y la pateó de su lado.
A este nuevo trabajo, si se lo puede llamar así, arrastró las costumbres del viejo. También es irreprochable, eficaz y despiadada. Nada de enternecerse demasiado, aunque ahora a veces se permite perder un poco más de tiempo, sobre todo cuando encuentra un atisbo de goce, aunque sea un atisbo.
Ya no tiene edad de pedir mucho más. Todo lo contrario: tiene edad de pedirlo todo porque por fin sabe qué quiere, pero nadie se lo dará, sería como reclamar en el vacío. Más le vale callar. Es lo que mejor practica, el silencio. Esta tardecita una vez más como todos los últimos meses atravesará el bruto viento por calles que ni puede reconocer de tanto entornar los párpados para que no la ciegue la bruta polvareda, girará con la puerta giratoria del Garby's, respirará el alivio de un aire detenido donde el tufo a hombre será la invitación para abrir nuevamente los ojos. En el Garby's toda penetración es auditiva, alguno se sentará a su lado en el mostrador y le contará su vida, el drama de su vida porque si no es dramática a qué contarla, ella pondrá la oreja con todo esmero, profesionalmente casi, hará lo posible para que su potencial cliente sienta la imperiosa necesidad de pasar de la penetración auditiva a la vaginal, la única provechosa para ella. Es una vida como cualquier otra, se dice, es en realidad la otra cara de su vida anterior, ésa que acabó vaciándola del todo y la escupió a estas costas.
Una vez adentro abre los ojos pero ni mira al hombre que circunstancialmente se sienta a su lado. Lo escucha no más, y es ésa su carnada. Tampoco pretende que él la mire demasiado ya no está para eso ha pasado la cincuentena aunque se ve bien, lo reconoce, las carnes duras y una sonrisa bastante juvenil nacida acá porque sí, quizá porque casi nunca afloró en su antigua profesión y entonces es más nueva que ella, la sonrisa.
Con el cirujano mayor a veces la sonrisa la latía en la comisura de los labios, allá en Rosario, en el distante lugar convertido ahora en un ya muy distante tiempo. Y el cirujano mayor una buena mañana la declaró prescindible, porque sí, y alegando motivos de presupuesto contrató a una asistente inexperta, sin antigüedad es decir mucho más joven, más apetecible. Ella reclamó tanto, protestó tanto que ahora ni abrir la boca quiere. Sólo para menesteres de su nuevo oficio, y bien la abre y chupa y chupa y con eso también sorbe las palabras del cliente que no es un hombre para ella, nunca un hombre o ser humano alguno, sólo un cliente. Un ente. Que reviente, se dice en más de una oportunidad, por mí que reviente, aunque no sería éste quien debería reventar de mil maneras sino el cirujano mayor, el malaentraña.
Allá lejos, tiempo atrás, en otro infierno.

En el bar del aeropuerto
- Usted es el único que está llegando, sabe, todos se han ido yendo, día tras día, casi todos a la Capital a festejar, o donde tengan más familia. Nadie quiere quedarse en Comodoro a ver cómo el viento les trae el 2000. Con decirle que las autoridades planearon fuegos artificiales sobre el mar pero después desistieron, se les iban a desarmar antes de alcanzar la altura necesaria. Creo que hasta las autoridades se rajaron, la cosa va a estar mejor en Trelew, o en Rawson, dicen. Acá no cabe el color, sólo esa especie de gris de estas tierras tan grises, no entiendo qué vino a hacer usted acá justamente hoy para acabar el siglo.
Él no se sentó a tomar un escocés en las rocas para charlar con el barman. Pero le viene bien, necesita una información.
- Trabajo, contesta entonces parcamente. Vine porque no pude evitarlo, me pregunto dónde habrá algunas chicas para no pasarlo tan solo.
- Si es hombre del petróleo se entiende. Lo van a albergar bien en la compañía, pero usté escápese al hotel Imperial. Ahí tienen minas de primera, unas bombas, pregúntele a mi colega del bar y él le va a presentar a las mejores. Dígale que va de parte de Truman.
- ¿Habrá otros lugares, también, no?
- En el Impe son muy discretos. Pero bueno, va en gustos y en bolsillos. Está también el Tom Tom, un lugar de jerarquía, oscurito, Alfonso se ocupa de eso allí, pregúntele, también puede ofrecerle otras amenidades, si prefiere.
- Ajá, ¿y?
- Hay otros. Y está el Garby's, pero yo no se lo recomendaría. Todas bastante gastaditas, qué le voy a decir.
...

de Cuentos Completos y uno más.(Alfaguara,México, DF / Buenos Aires, 1999)


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