26 junio, 2012

"Monólogo de Romina Tejerina" de Susana Villalba (Argentina, 1957)


LA MUERTE DE LA PRIMOGENITA
Monólogo de Romina Tejerina

La prueba de la ira de Dios es su ausencia, no la catástrofe. Lo peor de una catástrofe es después: el silencio, la rapiña, la soledad, el desconcierto, sobrevivir en un mundo que se cae a pedazos. Ya se cayó. Nacer es una catástrofe. Una expulsión. Un cerco protege a los otros de nosotras. Nunca estoy donde hubo, habría, habrá un paraíso. Nacer no siempre es estar. Del infierno me separa otro infierno y de la caída se sale cayendo. Nacer es caer. En tu amor me levanto Señor, pésame salvador, sálvame pesador de almas, con atenuantes, con pericias. Yo me confieso.
Era el Carnaval. Cuando la música y el olor a fiesta ascienden, el Altísimo entra en celo, cae en picada hasta lo humano, como el inti agarra un cordero y se lo lleva a las alturas. Como un ángel caído y borracho anda tres días en el infierno de este pueblo, después resucita en el cielo y no se acuerda de nosotras, no se acuerda a cuáles nos hizo un hijo de hombre. Con humor agrio de resaca nos manda desgracias. A los siete meses se me descoyuntaban las caderas y los pensamientos y cambié de color. Los huesos chocaron unos con otros y caí al suelo. Entre las piernas brotó azufre líquido, caliente, se abrío el vientre del cielo y envuelta en una nube de babas bajó: una centella de fuego, una tormenta en forma de hija se me revelaba. Un cuchillo me nació en la mano como un mandamiento.
Después era un hospital un mar de cristales rompiendo contra el firmamento, estallaba el jucio y sus trompetas, una voz todopoderosa decía: Hecho está. El ángel me dijo: ¿De qué te sorprendes? Yo te diré el misterio de la mujer y la bestia que lleva, con siete cabezas y diez cuernos. Echaba humo por los morros y los caballos del ejército celeste descendían sobre mí. Colmados de ira siete vientres. Una criatura de barro reclamó que le reconociera el apellido de Dios. Y dijo él: te llamarás la rabia. Y la puerta del cielo se cerró.
Y se abrió esta celda, cada una entró con un número como nombre. Se acabó el tiempo y comenzó algo peor: nada. No escucho nada, no veo a nadie, no hago nada, no voy a ninguna parte... Como era en el principio, ahora y siempre. Miré un árbol y se levantó en medio del patio, su altura era tan grande que las nubes se abrieron, y le pedí que cambiara su corazón con el mío, porque el árbol sabe estar quieto pero yo no.
Y dijo el dictamen que ni las perras hacen eso, que es obra de hombre cuando es mujer. El forense encontró alevosía en los tejidos. La fiscal encontró perpetua en los Antiguos Testamentos. Que hasta las ratas cuidan a sus crías. Dios te salve María. La abogada encontró un brote sicótico en los atenuantes y me dieron 14 años. Solamente, dijeron. Teniendo en cuenta. Y se abrió esta puerta.
Antes, cuando pasaba desde afuera, mamá decía que esto era un camping. Después, en las visiones de mi cabeza supe: si no estuviera acá, afuera sucederían cosas peores. Porque fue el diablo, me dio a comer un papel que parecía dulce pero era amargo al morder, dijo que un misterio se iba a abrir. Se partió mi mundo de pronto no existe más. Y dijo parirás con dolor. Vendrá sobre ti el Altísimo te cubrirá con su sombra. Susurraba me penetraba por el oído, hágase en ti mi palabra, he aquí la vasija del Señor donde el verbo encarna. Yo se partió. Y el ángel se esfumó como había venido. Ejércitos de difuntos: bendecid la falta de cuerpo.
Dijeron que no dije antes que fue violación, que después que nació no vale decir. No hablé porque lo tenía todavía adentro, vigilándome siempre desde el vientre, no podía abrir la boca, también en la boca lo tenía metido y su mano afuera tapándomela. Por fin salió de adentro mío disfrazado de bebé, quise explicar pero vomité un idioma de cuchillos que yo tampoco entendía. A imagen y semejanza clavé, porque dijo Yavé me arrepiento de haber hecho lo humano y lo destruiré. Y puso a la hija de hombre en una caja de zapatos con agujeritos y la inundó hasta ahogar setenta veces siete gatitos. Diecisiete puñaladas dijeron los diarios y otros dijeron veintiuna. Y otros dijeron que fue por agua. Porque el agua se iba tiñendo de sangre en el baño, una hija refucilaba como ira del padre, sobre mi corazón caía una hija como una lápida. Llovían cenizas. Le cambié la piel y me hice del linaje víbora que arrastra el vientre, polvo comerás todos los días. Y en Jesucristo, tu única hija. San Salvador de Jujuy, cámara penal número 2. La tierra se hizo un cerco de abrojos y espinas, el mundo es un lugar en el que nunca estuve ni voy a estar. Nacer no es para cualquiera. Hay que merecer el mundo.
Las del derecho de la mujer dijeron circunstancias extraordinarias te salven. El procurador dijo que abuso no se ve a la vista. Sin excarcelación. Sin pecado concebida. El atenuante de puerperio es para menos de tres puñaladas, más no vale. Solamente debía dos materias. Igual podía ser egresada, si no, no me entraría el vestido. Solamente había engordado cinco kilos, porque no es verdad lo que no se quiere. El cuerpo hace tumores-bebés. Dijeron que era febrero pero era agosto, los carnavales de la Pachamama, salí a buscar a mi hermana Erica. Después estaba en un auto rojo. Después en esta celda, me pusieron con cuatro madres a propósito. Me dicen que a ellas las encerraron por ganarse el pan para sus hijos, no como yo, se muestran fotos de sus guachitos entre ellas y no me hablan, me escupen. Después de egresada yo iba a ser policía. Ahora ya no quiero. Abogada tampoco que no sirve. Primero la cena blanca, la misa y el vestido largo de egresada, con plumitas. Siete exhortos me llegaron. Sonaron siete trompetas. Y miré y sobre una nube blanca uno como sentado, en la mano la guadaña: Ha llegado la hora de segar las almas en las consecuencias de sus cuerpos.
Y se abrió esta puerta. Cuando entré por esta puerta pensé: todas las mañanas de todos los años de dos veces siete años voy a ver a la misma celadora, por los siglos de los siglos cada vez más vieja, yo también. Y todas las mañanas veo y voy a ver y vi este pasillo con esas baldosas, la cuarta con una esquina saltada, la décima partida. Y cuando entré se cerró esta puerta como un ataúd. Por los siglos de los siglos. Y cuando vi a mis compañeras de celda pensé en una municipalidad de los muertos. Durante todos los días de los meses de todos los años las filas y las baldosas y las cucarachas. Como en la cosecha de tabaco pero peor, porque no volvés a la noche a tu casa, ya estás en la casa de los muertos. Esta cama todas las noches de todos los siglos, en tu casa no pensás eso, creés que si un día querés te podés ir, aunque no es cierto tampoco, ni en tu casa ni en ninguna parte. Nacerás con dolor desde tu sombra, a la muerte nacerás, librada a la libertad de mirar esta pared o esta otra. Librada a la ley del más fuerte. Sálvese quien pueda de su propio animal y de su Dios que se ahoga en un cuerpo humano y en lo humano se desahoga de su bestia.
Pero no es que una hija nació, es que caía, en el desmoronamiento total fue un desprendimiento, caía de todo lo que caía. Siete lunas después que el uturunco bajó por la cuerda de la luna disfrazado de hombre, el hombre disfrazado de automóvil rojo, entró por el cuerpo de un vecino y salió por los ojos. Y me dijo: “nada te alcanza. Te llevo hasta la fiesta que está tu hermana”. Pero la hermana se convirtió en guanaco de dos cabezas y con dos bocas me escupió siete veces siete. Hasta que por fin él se salió de adentro mío, los mismos ojos pero chiquitos, calmado el sexo se había vuelto bebé, los mismos ojos en llamarada, los brazos ceñidos de oro, sonaba a metales entrechocando, cinturón de atumóvil y cinturón de golpear, de sus belfos salía vapor de azufre y berreaba como si todavía siguiera diciendo “si te gusta putita movete”, con esa voz de multitud, con ese susurro de langostas entraba por la ventana con dientes de león y sexo de caballo, pelo como de lana y púas, todo el cuerpo lleno de ojos. Me orinó como el liebre marca su propiedad, como el tortuga araña la visión de la hembra para cortarle la huída. Otra vez y otra vez una serpiente entraba y salía por todos los agujeros de mi cuerpo, tragué un veneno que hará caer a un tercio de la humanidad.
Antes yo era la novia del cordero, maldad ya me había hollado desde caras familiares pero sin fruto porque el incesto es estéril. Dios nos salve María, Jime, Luli, mis amigas dejaron de visitarme. Mis amigos dicen que si sabían me aprovechaban antes. Pésame dios mío para que te sienta, no te siento, no siento el corazón.
Yo no soy una cualquiera, soy una nadie que conoce todo el mundo. Me hicieron una marcha, una canción, una bandera, santa, santa Romina, santa mosquita muerta. La conchuda, dijo él cuando lo denuncié pero salió a los veinte días. Falta de pruebas. Faltaron peritos y vino su hermano vestido de sargento. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima puta y omisión, por mi visión de las cosas y de las que no lo son. No siento remordimiento porque no tuve hijo de hombre, bajó el ángel y me dijo serás concebida como un pensamiento: por el aire. ¿Cómo será esto si no conozco varón?, pregunté. El vecino me metió su auto rojo, después se quedó siete meses adentro mío, encima, abajo, alrededor, agarrándome del cuello, tapándome la boca, apretándome las costillas, durante siete meses no pude respirar. Por fin un día salió, yo nada más fui al baño, tomé quince laxantes, quería irme del cuerpo y seguir viviendo en el cuerpo de antes, ir a la fiesta de egresada, con el vestido corte princesa no se iba a notar. Dichoso el que vela y guarda sus vestidos. De pronto salió, por fin se hizo mujer y chiquito y así lo pude golpear.
Entonces la Santa Descamisada apareció en la ventana aunque borrosa de olvido y desilusión, la estopa desbordando las deshilachaduras, los tules del embalsamamiento comidos por las polillas y el desamparo, las uñas con saltaduras. Pero en las palmas los estigmas relucían. Me dijo “no se preocupe querida, a mí también me llamaron arrastrada”. “Y usted -me dijo la ilustre estéril- como hace la yacaré se pone la hija en la boca, aunque todos crean que es para tragársela, es por protección, son tiempos salvajes. Si los dioses comen a sus hijos, las diosas tienen que parir piedras” -me dijo. Y se fue como los recuerdos, no es que se van, es que yo cambio. Santa Protectora de las que nacen alcantarilla. Si hace frío la yacaré nace hembra, la madre la traga y vuelve a poner el huevo cuando haga calor así renace macho. La hija guardada en la saliva, las palabras en la salmuera del silencio. Y todo fue a parir un cuchillo-bebé. Abanderada de las que tienen poco padre y demasiado general, venga a nos el tu vientre, volvamos como un cáncer en millón sobre un ejército de fiscales...
Tu poder no llega a abrir estas puertas.
Hay un intendente en Buenos Aires, si Escobar es Buenos Aires, o legislador, el que atribulaba a los mártires, los torturaba y los tiraba vivos al mar, lo lícito y lo justo no son lo mismo. La jueza lo dejó libre, a mí me rechazó la apelación. Agravado por vínculo dijo. Él puede ahogar desconocidos, si no es la madre. Dijo que yo soy madre. Pero soy la hija. Mi mamá me estaba haciendo el vestido blanco de las egresadas, con corte princesa y plumitas. Ahora soy una ingresada. La 7504. Habrá otro juicio, eterno. El tiempo está cerca. Bendito el que esté maldito. Me hicieron pancartas, León Gieco, remeras, charlas-debate, una obra de teatro en el Rojas, estuve en televisión, hay un blog con mi nombre, todas somos Romina, todas menos yo.
Si un dolor empieza ¿alguna vez se termina? Mirá Señor, me arranqué la uña, te ofrezco esta llaga a cambio, porque esto sí lo siento. Siete días me llenó de baba con siete bocas y pies de oso. Después me tiró por ahí y fui a lavarme pero el arroyo se secó, el arroyo tenía asco de mí. Me salían úlceras, me quemaba por dentro, el cielo se oscureció para bajar a la tierra en forma de tempestad. Santa, santa vaciada, embalsamadita virgen de corazón, confieso la locura de creer que puedo decidir mi vida. Cegada en mi identidad no vi la totalidad de un plan divino en el que estoy apenas dibujada. Yo me confieso adentro nada. No soy hija ni madre, el mundo no es, el amor no hay. Estoy donde no se está.
Y se abrió para siempre esta puerta. Mas si el esclavo dijere amo a mi hija y no la daré como rescate, su amo lo llevará ante dios y le marcará la oreja. Y así lo tendrá suyo para siempre. Y la puerta se cerró.
El vientre ya no me pesa. Pésame dios mío. Era como una ranita y las ranas son espíritus malignos agazapados, si se las deja nacer se vuelven legión. Pésame por exceso de acción. Por inyección letal, por una horca en la que caiga por mi propio peso. Pésame en una balanza más piadosa, porque ofendí lo que fui, lo que quería ser. Este infierno que merecí: el vacío sin peso, la falta de gravedad es el castigo. No siento nada. No cambia nada. Todos los días son iguales a las noches, todas las noches son iguales a la muerte. Todas las muertes no son iguales.
Acá Ramonita empezó de paloma y ahora la ungieron con derecho a celular. Le hace citas al Señor de la muerte con las de alto riesgo, las elegidas salen, van con los que él les señala. Después un mes tienen privilegios. Ahora se sorprenden. Fetos aparecen siempre al costado de la ruta. Y cuerpitos, si son de los rituales aparecen sin partes blandas, que las venden. Sin lengua y quemados con cigarrillos. Hay unos abogados que compran testigos que no ven, les dan para unas Reebok. Mi mamá quería vender algo para pagarles pero no teníamos nada. Además, como Mirta me llevó al hospital ya blanqueó. Soy el lugar del hecho. El mismísimo cuerpo del delito. Ahora es la hora de nuestra muerte.
“Una bestia -dijo la fiscal- con perdón de las bestias”. Me preguntaron si cuando iba a bailar me subía a los parlantes, si usaba arito en el ombligo. Por imputable, por emergente, por mi grandísima ignorancia. Me preguntaron si siempre iba al baño con cuchillo. Y se cortó mi cordón umbilical con el mundo. La fauna cadavérica no se formó hasta la madrugada, cuando los ángeles vinieron a llevarse el alma necrosa. Antes, a medianoche, el eterno hirió a las primogénitas y a toda primeriza de animal en todos los baños de la tierra, porque hay tareas que debe hacer Dios personalmente. El mundo necesita un sacrificio y Dios necesita al mundo. A medianoche yo era un enchastre. Yo estaba en mi casa, nacía un auto rojo. Sin intervención de mujer, una hija concebida por hombre solo. Llena de gracia. De humo. En la cocina colgás el lechón y lo dejás que pierda la sangre despacito, a los siete meses nace una morcillita, toda sangre sin ojos, la envolvés en su propia pielcita, con pedacitos de las orejas adentro, la ponés en una caja de zapatos. “¿Para eso era el cuchillo?” -me preguntaron. Pero entró Mirta, me llevó al Hospital. Si no, me hubiera muerto y no estaría acá. Pero entonces no estaría acá.
Hasta las cerdas cuidan a los cerditos. La bestia sopló y sopló hasta derribar la casa. Cuando por fin la habíamos hecho de ladrillo. Cualquier pueblo que hable en lengua indebida será hecho pedazos y sus casas convertidas en escombros. Los que no se contaminaron con mujer, en sus bocas no se halló mentira. Fuegos y peces: bendecid el movimiento. Tendrás tu parte entre los animales como animal sos, barro comerás y te yerrarán en la frente una cruz. Y pasarán sobre ti dos veces siete años, como espinas girarán hasta que la paz sea contigo. Y con tu espíritu.
Cuando salga voy a ponerle flores en la tumba, la llamamos Milagros. Ascendió a los cielos y más a la derecha que el padre está sentada sobre mí. Me preguntaron si llevé el cuchillo al baño como una aguja de tejer de abortar, si no comía para matar a las dos, pero éramos una sola, mi vientre y yo. Yo estaba en la caja de zapatos, me hice chiquita y me clavé el cuchillo para despertarme de la pesadilla pero me desperté muerta, me desperté y era real, me desperté en un hospital, pujé y salieron ranas, miles de ranas pegajosas, saltaban por la ventana del baño a infectar el mundo de mí. Después salieron las langostas, salían de mi vientrejesús como un huracán de patas y zumbidos. Y el agua se tiño de sangre. Después los huesos fueron desparramados y devorados por hordas de perros y los despojos por los ulluhuangas. Hasta que un día las primogénitas volverán para matar a las madres de Dios. Se abre el vientre voraz del tribunal. Ni el ojo vio ni el oído oyó ni vino a mente de hombre lo que Dios tiene preparado. Entonces se levantaron los Santos Evangelios y me preguntaron si los estaba cargando que le puse ese nombre: Milagros. Pero se llama porque va a resucitar de entre los muertos, un bebé nuevo con adentro el anterior adentro mío en otra vida, cuando resucite yo al salir de ésta, por la puerta de esta muerte.
Pero esta puerta nunca se va a abrir.
La difuntita hija me amamanta con su muerte, agarrada a mi pezón me chupa, la rigidez le vino tratando de tragarme y en su muerte está más viva que yo. Cada una vive cuando muere la otra. Ahora, como la Santa Correa, la difuntita me arrastra viva a su muerte eterna. Me lleva para que la amamante en el infierno. Ahora para las dos no es vida ni muerte, es esta puerta. Y se cerró para siempre. Yo, la grandísima omisión, fruto del vientre de Dios, ruego por ustedes pecadores.
La muerte es un milagro, un misterio. Un don que se nos da al nacer. La muerte es una llave.
Y supe que el tiempo por venir ya se había ido.

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