22 octubre, 2011

María Negroni (Argentina, 1952)

Islas


El mundo de Liliput, el País del Nunca Jamás, son islas. También lo son la pista cerrada de la écuyère, los camafeos, los emblemas, los mundos perdidos o utópicos, es decir, los poemas que se hacen con los restos que trae el río incierto del lenguaje: todo aquello, en suma, que elimina el riesgo del contagio de la experiencia, al tiempo que maximiza las posibilidades de la visión trascendental.
Una isla, podría decirse, es lo que queda cuando todo se ha perdido. Un museo personal que trae lo muerto de sí a un diorama viviente. Un resabio de algo olvidado que se organiza a partir de una huella. Las islas son siempre insumisas. En ellas, el vacío –la potencialidad pura– lleva al máximo la coincidencia entre actividad y solipsismo, entre audacia y nostalgia.
Hernán Díaz, en su ensayo “A Tropical Archipelago. Continental Narratives of Isolation in Modern Europe and the Americas”, fue todavía más lejos: propuso que las islas lindan con la muerte por todos lados, como los cuerpos; que el aislamiento, en ellas, es deliberado, que las “narrativas de islas” reproducen un aislamiento dentro de otro (la literatura). Algo virginal, secreto, desorientador pareciera desatarse en esas tierras que, quizá, no están en ningún lado, sino en un tiempo de transición entre la extrañeza y el hogar, el pasado y el futuro, lo que se es y lo que, tal vez, se desearía ser.
Las islas son también lugares raramente felices. Tristes, pero felices, como toda infancia, o mejor sería decir como toda infancia recobrada. El mundo se vuelve allí superficie en blanco. Por eso, todos los náufragos sucumben a la compulsión lingüística: se desviven por nombrar. En su aislamiento, construyen fábulas de castigo o salvación: lo mismo da, con tal de cancelar la temporalidad y abrir espacios donde otra genealogía –cierta fantasía de autocreación– pueda tener lugar. La apuesta es a que todo suceda por primera vez, sin antecedentes, sin las jerarquías del poder o la historia.
La paradoja, sin embargo, persiste. Al encerrarse en el presente –que es, como la isla, una forma radical– el náufrago satura de aura los objetos y se vuelve él mismo una pieza de museo, una figura orgullosa que, afuera del mapa y del tiempo, se yergue solo (pero un solitario, se sabe, es Nadie y Todos).

"Islas", incluido en Pequeño mundo ilustrado de María Negroni (Caja Negra Editora, 2011)

nota sobre Pequeño mundo de María Negroni

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