06 marzo, 2008

Susana Silvestre(1950/2008)


NO TE OLVIDES DE MÍ
Fragmento

Son las siete de la tarde y La Mujer quiere leer. Lleva puesta una solera verde sin breteles porque es verano, y unas sandalias de taco alto y fino, Desde la mañana que quiere leer pero aún no termina su horario de oficina. Ya abrió varias veces la puerta de Blindex que da al pasillo y caminó hasta el baño que comparten las tres oficinas del piso. Se pintó los ojos, se peinó con un cepillo y roció perfume en los lóbulos de las orejas.
En el reloj del despacho del gerente son las siete y diez. En su escritorio La Mujer revuelve papeles distraída y mirando de a ratos las luces innecesariamente encendidas de la calle. Abre el archivo y pasa desatenta las hojas de un bibliorato, lo vuelve a guardar. Revisa la caja y se acuerda que mejor saca un vale de adelanto porque es viernes y además no volverá en quince días. Está contenta por eso, porque es viernes y porque tiene sus vacaciones por delante. Apenas termine su horario queda libre para irse al bar que le gusta y empezar a leer la novela que compró al mediodía en una librería de usados. Ahora la novela está sobre el archivo. Hubo gente que entró y salió y miró encima del archivo y vio la novela y alguno dijo
algo pero casi ninguno nada. Entonces llega el gerente. Charlan un poco porque también a él le gusta que sea viernes y además compró unas plantas nuevas para el jardín. El gerente le pregunta dónde piensa ir tan linda y con ese perfume nuevo. Le pregunta si quiere que la alcance hasta algún lado. Ella dice que no, sonríe y da las gracias, pero no le dice dónde piensa ir. El gerente sale y llega la secretaria del director general vestida con un pantalón de cuero, unas botas negras, unos lentes oscuros. Se cruzan en el pasillo y el gerente le pregunta dónde se olvidó la moto y la convence de que parece una Heavy. La secretaria del director general se ríe y dice que regala entradas para Cemento, si alguien las quiere. La secretaria del director general dice alguien porque también llegó el cadete con la respuesta del último encargo. El cadete dice qué bajón, loco, viernes y se tiene que ir a estudiar, la mira a la secretaria del director general, lo piensa bien y le pide las entradas. Se despiden hasta el lunes y en el pasillo se cruzan con la telefonista que informa que el fax está en automático y que se va cinco minutos antes porque el hijo hizo un dibujo precioso para el concurso de Canal Nueve y va a llevarlo personalmente. Dice que la verdad que está podrida de que a su hijo le dé por participar en cuanto concurso propone la tele y que ella lleva las cartas personalmente porque no confía en el correo. Se despide hasta el lunes y se cruza en el pasillo con la secretaria del director adjunto, tailleur malva y blusa negra, pechos inesperados en su figura delgada, cartera en ristre, tacos muy altos, entra y declama que ésta es la última noche, que se acabó, que mañana mismo busca un buen hombre y se casa; dice que mire a la hora que se va por culpa de ese desgraciado que llamó hace apenas unos minutos desde la reunión de directorio de la empresa en la que es accionista minoritario, que llamó de un privado y absolutamente loco, amenazando tirarse del piso once. Ella supone que llamó descalzo, es decir en medias, así que espera que el privado sea suficientemente privado porque si no qué papelón, que encima lo que a él le pasa cuando se pone loco es que le salen hongos en los pies. Si ella está para eso pregunta, para que él se esconda en su casa porque no es pertinente que lo vean con ella, que eso podría arruinar su carrera. Y encima va cuando está loco y a meter los pies en una palangana o jofaina o escupidera o chata o como La Mujer quiera llamarle a eso en que pone sus pies con agua tibia. Sale y no se cruza con nadie en el pasillo. Ya casi son las ocho. Ya puede cubrir las máquinas y poner llave a la caja y después al archivo y a los cajones del escritorio y darle una última mirada a la agenda del lunes, y entonces se da cuenta de que no necesita pensar en ninguna actividad para la semana siguiente; saca su agenda personal y tacha catorce días. En el reloj de pulsera de La Mujer y en el despacho vacío del gerente son las ocho. Suelta las persianas y empieza a apagar las luces. Va cerrando las puertas de los despachos y clausurando lámparas hasta que la única que queda encendida es la de su escritorio. Arriba del archivo está la novela, iluminada por un resplandor débil, triste. Es mucho más potente la claridad que se cuela desde la calle por la única persiana aún abierta; el aire fresco hace ceder el calor del día. Es, sin duda, un viernes de verano. Es cuando puede ir al bar que le gusta y, pedirle al mozo un sandwich de lomo y un agua mineral y después, enseguida, un café doble. Y leer. Mira la novela .Y ya no le parece triste. Apaga la última luz, agarra la cartera y sale, el libro bajo el brazo. Camina por Bartolomé Mitre hasta Callao y dobla, en la esquina está el bar. Busca una mesa apartada, muy al fondo, donde casi no llegan los ruidos de la calle. Enciende un cigarrillo y abre el libro. Apenas si se da cuenta cuando el mozo deja el sandwich, lo agarra mecánicamente porque sólo come para calmar el hambre y el acto la molesta; lo único que quiere es que desaparezca esa sensación de vacío para pedir el café doble y leer tranquila. Puede interrumpir de a ratos y mirar la calle porque la sofoca lo que lee o la hace pensar, en el libro, no en su vida; el viernes se vuelve viernes gracias a una novela y le gusta estar ahí, cerca del centro y a mano de todo y no usar nada, nada más que el libro y seguir pidiendo café mientras la gente va al cine o al teatro o forma grupos en bares más céntricos. Sin embargo este viernes tiene algo de irreal. En cinco años es la primera vez que se toma vacaciones, el hecho no es importante en sí mismo, repara en él para darle una explicación a esa inquietud indefinida que la lleva a cruzar y descruzar las piernas, a no sentirse cómoda en esa silla, a no poder concentrarse en lo que lee. No es que tenga miedo de aburrirse. No ira a la playa, no irá a ningún lado justamente porque lo que quiere es descansar, quedarse en su casa, levantarse tarde a la mañana, poner cosas al día, no sabe bien cuáles. No importa, la inquietud cesa y La Mujer vuelve al libro. Al rato pasa velozmente las páginas, ya casi ni levanta la cabeza. Como el mozo ve que está terminando el sandwich y conoce sus costumbres le trae el café doble. Y entonces es cuando aparece el chico. Ella tarda en verlo, acodado en la silla vacía de su mesa, y tarda en comprender lo que dice, hace un esfuerzo enorme por olvidarse de la novela y lo oye:
-¿Señorita no me da eso que le sobra?
-¿Eh? -dice ella.
-El sandwich -dice el chico. Lleva puesto un pantalón rotoso y un buzo azul; está sucio, se queda ahí, mirándola.
Ella siente una especie de terror, una molestia suprema, quiere que se vaya, que desaparezca, quiere seguir leyendo tranquila y las sobras no quiere dárselas. Sabe, sin embargo, que no va poder seguir hasta que el chico coma y le dice que pida uno, que ella lo paga.
-¿Un qué?
-Un sandwich.
-¿El más barato? -pregunta el chico.
-No sé, el que quieras. Uno como el mío.
-Bueno -dice el chico y hace un movimiento terrible, va a sentarse a su mesa, quiere ocupar la silla frente a ella. Se siente invitado.
La Mujer piensa en todos los chicos del mundo, ella no tiene la culpa, no hizo nacer ninguno y además es viernes y comienzan sus vacaciones y no quiere interferencias. El chico aparta decididamente la silla y adelanta una pierna: la rodilla un agujero.
-¡No! -dice ella y señala un lugar-, ahí hay una mesa vacía, vas a estar más cómodo.
Es evidente que el chico no siente lo mismo pero obedece.
-¿También puedo pedir una coca-cola? -pregunta.
Ella le dice que sí, que puede, que ocupe la mesa y llame al mozo y que le pida lo que quiera, también postre, que ella paga. El chico se aparta y se sienta en el lugar indicado, grita.
-¡Mozo!
Y entonces ella repara en su café doble, está frío pero no le importa. Alza la cabeza y en el reloj de péndulo del bar ve que hay una inscripción que dice "El Bohío". El péndulo oscila de uino al otro lado del bohío (de la casa, del rancho, de la choza, de la cabaña: del hogar) y por alguna razón la calma porque baja la cabeza y consigue concentrarse de nuevo en la lectura; otra vez las páginas pasan velozmente, otra vez es viernes y también pasa el mozo. No es que ella lo vea pasar sino que lo oye porque él habla airadamente para que ella lo escuche y lo vea caminar con el sandwich y la coca-cola en la bandeja. El mozo dice, básicamente, lo siguiente: que habráse visto tener que servirle a ese pendejo, que está todo dado vuelta en este mundo y cualquiera se puede sentar en un bar decente y encima comerse un sandwich como la gente normal. Dice que no entiende por qué ella no le pidió una medialuna y que se la fuera a comer a la calle. Para la caridad una de grasa alcanza. El mozo no entiende esa lógica, no entiende y está desesperado porque el sandwich es el mismo. ¿Por qué hay dos sandwiches idénticos en el universo, cómo es posible? Además son los más caros. La gente no hace economía y así va el país, él trabaja mientras un vago de mierda se sienta a una mesa y él está obligado a servirlo. Curiosamente, el dueño del local no está o no dice nada o comparte la opinión del mozo. La gente mira. El chico come, tranquilo, come y no mira. Entonces La Mujer se endereza en la silla, olvidada de la novela, del viernes y de todo y le pregunta al mozo qué dijo, qué tiene que objetar, qué carajo le importa lo que ella está pidiendo para el chico. El mozo no responde. Entonces ella pide la cuenta y él se la tira sobre la mesa, toca con un dedo el importe correspondiente al sandwich del chico, baja el dedo un renglón y da dos golpes someros sobre el importe correspondiente a la coca-cola. Ella paga y sale a la calle. Hace un calor horrible.

* En 2007 había ganado nada menos que el premio Casa de las Américas, por la novela “Mil y una”, recreación argentina y contemporánea de la saga de Sherezade, del Decamerón y de los no menos clásicos Cuentos de Canterbury.
Como ella solía decir, pudo publicar cuentos y novelas en importantes sellos argentinos hasta 1995, año en que sobrevino la brutal concentración y el achicamiento del mercado editorial del país, seguida de una preceptiva “global” a los autores, para que escribieran pensando en un público “más amplio”.
Como Susana Silvestre era una autora, una creadora de verdad, se resistió al adocenamiento que querían imponerle. Y la victoria fue ese premio Casa que obtuvo el año pasado, con una hermosa novela que ahora sí, tal vez, consiga la distribución y la prensa que se merece.
El pasado domingo 2 de marzo, el agravamiento de su enfermedad y el dolor corporal, insoportable, la llevaron a quitarse la vida.
Una gran mina y una maestra de escritores/as con quien el oficio me cruzó muchas veces y a quien le agradezco mucho de lo que aprendí sobre cocina.


Había nacido en San Justo, provincia de Buenos Aires, en 1950. Su primer libro de cuentos, El espectáculo del mundo, recibió el premio "Roberto Arlt", otorgado por la Municipalidad de Comodoro Rivadavia, en 1982. Su obra Los humos de Clitemnestra (cuentos, inédita) fue premiada con mención del Fondo Nacional de las Artes en 1994. En el bienio 1990-91 recibió el Premio Municipal. Publicó además las novelas Si yo muero primero (Editorial Letra Buena, 1992), Mucho amor en inglés (Emecé Editores, 1994), No te olvides de mí (Editorial Planeta, 1995), Biografía no autorizada (Alción editora, 2004) y el libro de cuentos Todos amamos el lenguaje del pueblo (Ediciones Simurg, 2002). La biografía Delfina y Pancho Ramírez fue publicada por Editorial Planeta en 1999. Incursionó en el cine, para el que escribió el guión de La vida según Muriel.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo tambien la reconozco como maestra de escritores y una laburante de la palabra. Mi recuerdo para vos Susana...siempre

Lidia

Anónimo dijo...

Una mina extremadamente laburadora,que le costó como a muchos y muchas tener el lugar que se merecía en las letras latinoacanas.Mi recuerdo

Julio

Jésica Galeano Jarcousky dijo...

Me atrapó esta escritora! ya quiero leer sus libros.

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