14 abril, 2006

Isabel Allende

"Me llamo Eva, que quiere decir vida, según un libro que mi madre consultó para escoger mi nombre. Nací en el último cuarto de una casa sombría y crecí entre muebles antiguos, libros en latín y momias humanas, pero eso no logró hacerme melancólica, porque vine al mundo con un soplo de selva en la memoria. Mi padre, un indio de ojos amarillos, provenía del lugar donde se juntan cien ríos, olía a bosque y nunca miraba al cielo de frente, porque se había criado bajo la cúpula de los árboles y la luz le parecía indecente.
(...)


Elaboraba la sustancia de sus propios sueños y con esos materiales fabricó un mundo para mí. Las palabras son gratis, decía y se las apropiaba, todas eran suyas. Ella sembró en mi cabeza la idea de que la realidad no es sólo como se percibe en la superficie, también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legítimo exagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido.
(...)
De mí dependía la existencia de todo lo que nacía, moría o acontecía en las arenas inmóviles donde germinaban mis cuentos. Podía colocar en ellas lo que quisiera, bastaba pronunciar la palabra justa para darle vida..

(...)
Hay toda clase de historias. Algunas nacen al ser contadas, su sustancia es el lenguaje y antes de que alguien las ponga en palabras son apenas una
emoción, un capricho de la mente, una imagen o una intangible reminiscencia. Otras vienen completas, como manzanas, y pueden repetirse hasta el infinito sin riesgo de alterar su sentido. Existen unas tomadas de la realidad y procesadas por la inspiración, mientras otras nacen de un instante de inspiración y se convierten en realidad al ser contadas. Y hay historias secretas que permanecen ocultasen las sombras de la memoria, son como organismos vivos, les salen raíces, tentáculos, se llenan de adherencias y parásitos y con el tiempo se transforman en la materia de las pesadillas. A veces para exorcizar los demonios de un recuerdo es necesario contarlo como un cuento.



(...)me senté sobre sus rodillas, echándole los brazos al cuello, muy cerca, mirándolo sin pestañear. Olía a hombre limpio, a camisa recién planchada, a lavanda. Lo besé en su mejilla afeitada, en la frente, en las manos, firmes y morenas. Ayayay, mi niña, suspiró Riad Halabí y sentí su aliento tibio bajar por mi cuello, pasearse bajo mi blusa. El placer me erizó la piel y me endureció los senos. Caí en la cuenta que nunca había estado tan cerca de nadie y que llevaba siglos sin recibir una caricia. Tomé su cara, me aproximé con lentitud y lo besé en los labios largamente, aprendiendo la forma extraña de su boca,mientras un calor brutal me encendía los huesos, me estremecía el vientre. Tal vez por un instante él luchó contra sus propios deseos, pero de inmediato se abandonó para seguirme en el juego y explorarme también, hasta que la tensión fue insoportable y nos apartamos para tomar aire.
-Nadie me había besado en la boca -murmuró él.
 -Tampoco a mí. -Y lo tomé de la mano para conducido al dormitorio.
-Espera, niña, no quiero perjudicarte... -Desde que murió Zulema no he vuelto a menstruar. Es por el susto, dice la maestra... ella cree que ya no podré tener hijos -me sonrojé.
Toda la noche permanecimos juntos. Riad Halabí había pasado la vida inventando fórmulas de aproximación con un pañuelo en la cara. Era un hombre amable y delicado, ansioso de complacer y de ser aceptado, por eso había indagado todas las formas posibles de hacer el amor sin emplear los labios. Había convertido sus manos y todo el resto de su pesado cuerpo en un instrumento sensitivo, capaz de agasajar a una mujer bien dispuesta hasta colmarla de dicha. Ese encuentro fue tan definitivo para los dos, que pudo haber sido una ceremonia solemne, pero en cambio resultó alegre y risueño. Entramos juntos en un espacio donde no existía el tiempo natural y durante aquellas horas magníficas pudimos vivir en completa intimidad, sin pensar en nada más que en nosotros mismos, dos compañeros impúdicos y juguetones ofreciendo y recibiendo. Riad Halabí era sabio y tierno y esa noche me dio tanto placer, que habrían de pasar muchos años y varios hombres por mi vida antes que volviera a sentirme tan plena
(...)



de EVA LUNA.(Editorial Sudamericana,1987)

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