31 marzo, 2006

Perla Suez(Argentina, 1947)



Complot (frag.)

24 de mayo de 1932
Cuando Mora ensilla el caballo, escucha que su abuela le dice,
Vaya mi niña. No se demore. Ya hablé con su tía Luisa. Busque su ropa.
La niña ata la cinta blanca con la que anuda el final de la trenza oscura, monta y se va.
Cruza el bañado. El agua salta al paso de los cascos del animal. Mora mira hacia atrás y ve a la abuela que va haciéndose pequeña hasta que se desvanece en el aire.
La estancia de los Edels está a quince kilómetros de Colón.
La niña avanza al galope y se interna por el camino de tierra. Ha llovido y hay barro y agua en la banquina; Mora va por la huella donde la tierra está menos blanda. Piensa que su padre, jordán, está en Pago Largo, y eso, no sabe por qué, la alegra. Apura el paso del caballo. Decide cortar camino, cruza cerca de Pueblo Liebig, y desvía hacía el río. Atraviesa el Maldonado; la crecida del arroyo viene con furia. El caballo corcovea. Ella le tira de la brida, y el animal se arroja al agua y nada. Mora se aferra a las crines del caballo hasta alcanzar la otra orilla. Después, se hace cargo de las riendas y otra vez galopa a campo traviesa.

Oye el silbido ronco de una locomotora que se acerca. La tierra vibra. El cielo se pone negro de humo. Mora llega al paso a nivel: la barrera está baja. La niña tira de las riendas y el caballo se clava en el suelo y espera. La locomotora avanza con lentitud y después se detiene en el cruce. Expulsa ascuas y cenizas de la caldera y se aleja.
Mora tiene hambre. El pelo cae sobre los ojos y ella lo sopla para apartarlo. Cuando las barreras se levantan, cruza las vías, y niña y caballo se hunden en la llanura rasa sin una curva. Espolea al caballo, unas leguas más y va a estar en La Lucera, piensa.
El olor rancio de la cremería de los Yussim impregna el aire. El viento, caliente y pegajoso, empieza a soplar.
Al llegar a la estancia, Mora cruza la tranquera y avanza entre los naranjales, luego entre los eucaliptos y se detiene frente a la casa de Eli. Le extraña que no estén allí los perros. Tampoco está la voituré del patrón. Ella se baja del caballo, camina hasta el umbral, y llama a la puerta. Nadie contesta. Los cerdos gruñen en el. chiquero. Mora escucha el ruido que hace el molino de agua. La casa está vacía; la niña decide esperar a Eli.
Camina. Va hasta el fondo. Las sábanas tendidas en la soga se mueven con el viento. Las gallinas duermen a la sombra. Mora se sienta en el tronco de un árbol caído y se queda mirando las hormigas que entran al hormiguero. Saca del bolsillo un pedazo de pan y empieza a comer con avidez. Después, va hasta el estanque y allí hunde el vaso plegable que trae con ella. Los peces rojos se alborotan con el rumor del agua. Algo en las entrañas de Mora se mueve y nada. Ella calma la sed y luego cierra el vaso, lo tapa y lo guarda en el bolsillo de su larga camisa de lana. De pronto, escucha un disparo que viene del galpón. El caballo se inquieta. La niña se sobresalta. Cuando levanta la vista ve a un hombre que sale corriendo del galpón. Lo reconoce: es su padre. Ella lo mira fijamente hasta que Albardán se pierde detrás del maizal, y entonces se pregunta por qué su padre le dijo que el inglés lo mandó a tropear vacas a Pago Largo. Mora entra en el galpón. El suelo es de tierra apisonada y hay una mesa y sobre la mesa un fuentón vacío. La niña avanza, titubeante. Otra vez cruje la puerta. Sus ojos van desde las palas de labranza hasta la secadora de grano. Unos tábanos zumban a su alrededor. Mora ve al viejo sentado de espaldas en la silla del arado de reja. Tiene puesta la camisa de franela que lleva siempre, piensa. Se acerca: el viejo tiene la nuca lustrosa, la cara grasienta, la boca 15 abierta. La niña ahoga un grito cuando lo ve de cerca y se da cuenta de que ese hombre es el patrón, el padre de Eli, y que tiene una herida de bala en el pecho, y que está muerto.
Tobe, el perro de caza, gime echado junto a su amo.
Ella se queda mirando a ese hombre. Ahora no hay furia ni en sus ojos ni en sus manos.
Cuando recupera el aliento, corre, monta, y cuando huye recuerda a su padre en la casa de los Edels, cuando ella les sirvió el té al inglés y a Elsa Kessler. Escucha el paso de un caballo que se acerca. Es el comisario de Colón, que le pregunta de dónde viene. Es una pregunta amable. Mora, los ojos bajos, se pasa la lengua por los labios y dice que ha estado juntando hinojo. Él, con la voz imperiosa, le dice que vuelva a su casa.
La casa de la niña queda en el casco de La Lucera.
Al llegar va a su pieza, se recuesta en la cama y piensa en ese viejo que ahora está muerto; y se acuerda de cuando quiso decir a tía Luisa lo que le estaba ocurriendo, pero no pudo, y en cambio le dijo que no le gustaba el patrón, que era un hijo de puta porque castigaba a Eli. Y tía Luisa la mandó callar.
Su padre, sentado en la silla de paja junto al brasero de hierro, le pregunta,
¿Qué quiere comer mi niña?
No tengo hambre, dice Mora.
Se levanta de la cama, camina con lentitud y sale. Jordán le pregunta adónde va. Ella dice que va a buscar agua al pozo.
Ve correr el agua por la cuneta, corta unas calas y, luego, cruza la alambrada y se interna en el descampado.
Cuando vuelve a la estancia oye el ruido de la voituré del padre de Eli que viene con la capota desplegada. La niña ve a Elsa Kessler al volante, hermosa y fría. El chal ambarino flamea en su cuello; Eli la saluda con la mano y sonríe.

De Complot(Edit. NORMA, 2004)

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